viernes, 9 de abril de 2010

Tierra de faraones

Aterrizo en Barcelona y, como salido del DeLorean de Doc, regreso al futuro.

Ya estoy aquí, ha sido un viaje intenso. Tal vez la visión de otras realidades te frota el alma con capas de cebolla hasta hacerte llorar. Sí, estoy seguro, son otras realidades más duras.

Durante once días hemos tenido momentos de todo tipo, desde la típica aglomeración en el gran templo de Abu Simbel hasta la más absoluta de las soledades en el desierto blanco. Ciudades inundadas de coches y oasis tirados por burros y carretas. Momentos que me crean un cuadro donde analizar lo vivido.

Las grandes urbes se caracterizan por su abundante densidad de población y en consecuencia de vehículos. Coches, motos y peatones conviven en un mismo espacio sin más normas que las que cada uno considere oportunas, pero ellos se entienden. Como decía Sheriff, en Egipto existen tres idiomas, el árabe, el inglés y el claxon. Sus calles desprenden un aroma a especias mezclado con las llamadas al rezo de las mezquitas y en las afueras de la ciudad se amontonan las basuras de 22 millones de habitantes con escasos servicios de limpieza.

Largas carreteras sin final aparente te adentran en el corazón de Egipto y sus extensos desiertos. Zonas que permiten encontrarse con uno mismo entre un techo repleto de estrellas y la inmensidad del mar de arena que se aloja bajo tus pies. Por las noches la presencia de los zorros del desierto te advierte de que no estás solo y caes en la cuenta de que en la aridez de esa tierra también es posible vivir.

El dios Ra te concede una tregua a la llegada a sus oasis. Hombres, mujeres y niños del desierto te clavan su mirada ilusionada saludándote a cada paso que das. Son otras vidas diferentes a las de la ciudad, son otros intereses.

El interés de tenerte allí y compartir contigo un buen rato alrededor del fuego, mientras tarareas canciones imposibles y resuelves sus ingeniosos acertijos beduinos a base de cerillas. Sus vidas no son para nada favorables y los niños son los primeros afectados. Sustituyen sus juegos por trabajos en el campo, cargando sacos repletos de dátiles donde en su lugar debería ir una mochila llena de libros. Pero a pesar de todo siempre tienen esa sonrisa que les hace estar vivos y que te da una lección de supervivencia que te hace reflexionar.

El Nilo, arteria principal de Egipto, navega entre dunas de arena dorada y palmerales frondosos donde habita el pueblo Nubio. Su faluca nos mece durante horas sobre el agua sagrada de antiguas civilizaciones y hace descargar el cansancio acumulado de días de desierto.

La presencia de las grandes pirámides, impactantes templos y grabados te recuerdan que este país fue un día tierra de faraones. Místicas leyendas combinadas con grandes mentes capaces de crear colosales construcciones, hacen que hoy más de uno busque explicación en seres venidos de otros planetas.

Es una paradoja de país. Rico en historia y monumentos de valor incalculable que les hace únicos, pero pobre en derechos, igualdad y avances. Tal vez aquellos que habitaron Egipto hace 5000 años le dieron más prosperidad al país que sus actuales mandatarios. La avaricia y corrupción del poder alimenta la pobreza y disminuye los derechos del pueblo, mientras la radicalidad de la religión eleva la desigualdad de género a puntos denigrantes. Hoy parece que sus relojes de arena se pararon.

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