Estos días en que la selección española de fútbol está en primer plano mundial, afloran esos sentimientos enfrentados e históricos que arrastra este país desde hace ya tantos años.
Ni aquel que sale bandera en mano a celebrar la victoria de la selección española es un facha, ni el que no lo hace significa que reniegue de su país. Todos los sentimientos son posibles. Bajo mi punto de vista el sentimiento hacia algo o hacia alguien es totalmente respetable y va más allá de lo que pueda poner en un papel oficial.
La diversidad de sentimientos tan opuestos en España es fruto de su propia historia, de la historia de sus pueblos, de su evolución, de su cultura, de sus conflictos y de la mala gestión de los mismos. Este país carga en sus espaldas una cruenta guerra civil y una dictadura no menos cruenta de 40 años.
Hoy los sentimientos hacia los símbolos del Estado (bandera, himno, representantes…) son variopintos. Una parte de los ciudadanos los aceptan como suyos, como símbolos de
Yo nunca ondearé una bandera rojigualda en mi balcón, ni vibraré al oír
En mi balcón ondea la bandera republicana junto con
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